Yo tuve
los mismos amigos que cualquier chica de mi edad, ya sabéis: los compañeros de
colegio, los vecinos, los amigos de mis hermanas, después los compañeros del
instituto, luego del trabajo…, lo normal, vamos. Pero después de que el
feminismo entrara en mi vida para hacerla más grande, más interesante y sí,
también más jodida, la presencia masculina en mi ámbito más íntimo y privado es
prácticamente anecdótica. Básicamente puedo dividir en dos las fases en las que
los hombres desaparecieron de mi vida: la primera, yo misma los eliminé al
percatarme de actitudes y comportamientos abiertamente machistas y violentos y
que hasta ese momento había permitido al haberlos normalizado, de modo que
cuando comprendí que eran inaceptables y ellos se negaron a cambiar, yo los excluí
de mi vida con mayor o menor nivel de consideración. La segunda fase es cuando
los que quedaban, esos cuyos comportamientos no parecían machistas o no los mostraban o no había surgido la ocasión en que pudieran ponerse en evidencia,
empezaron a sentirse incómodos y molestos con mi militancia feminista. Y estos
sí, amigas, estos sí que ha dolido perderlos cuando ha tocado. Porque en
definitiva no dejaban de ser “hombres buenos”. Algunos hombres buenos.
Algunos
hombres buenos son esos que no dicen piropos a desconocidas en la discoteca, que
no sospechan de la víctima de violación, que no ponen en duda la palabra de una
mujer maltratada, que no compran el discurso de las denuncias falsas, que
tienen la vergüenza de sentirse incómodos ante chistes machistas y no comparten
WhatsApps de novias desnudas, son esos que te acompañan a la mani del 8 de
marzo y que se cabrearon con la sentencia de la manada, los que ves que cuidan
a sus hijos, los recogen del colegio, faltan al trabajo para llevarlos al
médico y van a la oficina sin dormir porque esa noche le tocaba a él velar por
el bebé con fiebre. Sí, amigas, de esos también hay, es verdad que no muchos, también
es verdad que a veces no cumplen toda la lista completa, pero bueno, teniendo
en cuenta lo que hay por ahí, no está mal. Algunas diréis que no debemos aplaudir
cuando simplemente hacen lo que deben, pero la verdad es que esto es aplicable
no sólo en el feminismo sino en cualquier aspecto humano, visto lo visto a
nuestro alrededor cualquier signo de decencia es de aplaudir, triste pero
cierto.
La cuestión,
como decía, es que incluso a alguno de estos últimos también los he perdido por
el camino, ¿por qué? Porque se sentían incómodos con mi feminismo, interpelados
por mis afirmaciones, insultados cuando yo me expresa con palabras como “los
hombres violan, matan y agreden a mujeres y no pasa nada”. Not all men, decían.
No, pero sí lo suficientes. ¿De verdad estos hombres se sienten aludidos cuando
las mujeres hablamos así? ¿de verdad les resulta tan difícil entender que ese “hombres”
no se refiere a cada uno de ellos sino al concepto de masculinidad tóxica que
representa? ¿de verdad consideran que los interpelamos personalmente a ellos? ¡Ay,
la fragilidad masculina!
Cuando no
entiendo algo procuro hacer un ejercicio de empatía y ponerme en el lugar del
otro, creo que es la mejor manera de comprenderlo. Así que busco en mi cabeza
un grupo de personas que por cualquier característica pudiera sentirse oprimida
por otro al que yo pertenezca. Me imagino a un colectivo de mujeres
racializadas diciendo que las blancas las oprimimos, imagino mujeres del tercer
mundo diciendo que las del primer mundo las explotamos, imagino a mujeres
lesbianas diciendo que las heterosexuales las discriminamos. Yo, que no me considero
xenófoba, explotadora ni lesbófoba, no me siento interpelada a nivel personal
por estas acusaciones, entiendo que a quien critican es al grupo al que
pertenezco, al sistema social que hace que mi colectivo tenga privilegios
aunque yo no los comparta e incluso me posicione contra ellos, es más, trato de
escuchar a los oprimidos y discriminados intentando distinguir qué
comportamientos tengo que, de manera inconsciente, pueda perpetuar estas
desigualdades e intentar evitarlas. Seguro que muchas veces no lo consigo,
seguro que muchos comportamientos míos son reprochables porque no me he
percatado de su injusticia, seguro que cometo muchos errores, pero nunca se me
ocurre poner en duda sus reivindicaciones ni sus luchas ni sus voces clamando contra la desigualdad. Escucho, callo e intento comprender y después me esfuerzo
en mejorar. Los hombres en su mayoría no hacen esto con el feminismo y no
entiendo por qué, no alcanzo a comprender por qué es tan difícil razonar que no
es una lucha personal contra ellos sino contra una masculinidad tóxica en la
que también se han criado y que, por tanto, deben examinar para crecer como
personas justas e igualitarias, pero no, se sienten agredidos. No entienden nuestros argumentos, siguen sintiéndose insultados y acusados de delitos que no
cometieron. ¿Son sólo ellos, también nosotras lo hacemos, lo hacen otros grupos
en cuanto se cuestionan sus privilegios? ¿Tal vez es este el motivo por el que
hemos empezado a utilizar ese palabro nuevo: omvres?
No sé,
pero me da a mí que hasta los hombres buenos tienen un ego muy malo.
Patri
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