viernes, 24 de mayo de 2019

Algunos hombres buenos



Yo tuve los mismos amigos que cualquier chica de mi edad, ya sabéis: los compañeros de colegio, los vecinos, los amigos de mis hermanas, después los compañeros del instituto, luego del trabajo…, lo normal, vamos. Pero después de que el feminismo entrara en mi vida para hacerla más grande, más interesante y sí, también más jodida, la presencia masculina en mi ámbito más íntimo y privado es prácticamente anecdótica. Básicamente puedo dividir en dos las fases en las que los hombres desaparecieron de mi vida: la primera, yo misma los eliminé al percatarme de actitudes y comportamientos abiertamente machistas y violentos y que hasta ese momento había permitido al haberlos normalizado, de modo que cuando comprendí que eran inaceptables y ellos se negaron a cambiar, yo los excluí de mi vida con mayor o menor nivel de consideración. La segunda fase es cuando los que quedaban, esos cuyos comportamientos no parecían machistas o no los mostraban o no había surgido la ocasión en que pudieran ponerse en evidencia, empezaron a sentirse incómodos y molestos con mi militancia feminista. Y estos sí, amigas, estos sí que ha dolido perderlos cuando ha tocado. Porque en definitiva no dejaban de ser “hombres buenos”. Algunos hombres buenos.

Algunos hombres buenos son esos que no dicen piropos a desconocidas en la discoteca, que no sospechan de la víctima de violación, que no ponen en duda la palabra de una mujer maltratada, que no compran el discurso de las denuncias falsas, que tienen la vergüenza de sentirse incómodos ante chistes machistas y no comparten WhatsApps de novias desnudas, son esos que te acompañan a la mani del 8 de marzo y que se cabrearon con la sentencia de la manada, los que ves que cuidan a sus hijos, los recogen del colegio, faltan al trabajo para llevarlos al médico y van a la oficina sin dormir porque esa noche le tocaba a él velar por el bebé con fiebre. Sí, amigas, de esos también hay, es verdad que no muchos, también es verdad que a veces no cumplen toda la lista completa, pero bueno, teniendo en cuenta lo que hay por ahí, no está mal. Algunas diréis que no debemos aplaudir cuando simplemente hacen lo que deben, pero la verdad es que esto es aplicable no sólo en el feminismo sino en cualquier aspecto humano, visto lo visto a nuestro alrededor cualquier signo de decencia es de aplaudir, triste pero cierto.

La cuestión, como decía, es que incluso a alguno de estos últimos también los he perdido por el camino, ¿por qué? Porque se sentían incómodos con mi feminismo, interpelados por mis afirmaciones, insultados cuando yo me expresa con palabras como “los hombres violan, matan y agreden a mujeres y no pasa nada”. Not all men, decían. No, pero sí lo suficientes. ¿De verdad estos hombres se sienten aludidos cuando las mujeres hablamos así? ¿de verdad les resulta tan difícil entender que ese “hombres” no se refiere a cada uno de ellos sino al concepto de masculinidad tóxica que representa? ¿de verdad consideran que los interpelamos personalmente a ellos? ¡Ay, la fragilidad masculina!

Cuando no entiendo algo procuro hacer un ejercicio de empatía y ponerme en el lugar del otro, creo que es la mejor manera de comprenderlo. Así que busco en mi cabeza un grupo de personas que por cualquier característica pudiera sentirse oprimida por otro al que yo pertenezca. Me imagino a un colectivo de mujeres racializadas diciendo que las blancas las oprimimos, imagino mujeres del tercer mundo diciendo que las del primer mundo las explotamos, imagino a mujeres lesbianas diciendo que las heterosexuales las discriminamos. Yo, que no me considero xenófoba, explotadora ni lesbófoba, no me siento interpelada a nivel personal por estas acusaciones, entiendo que a quien critican es al grupo al que pertenezco, al sistema social que hace que mi colectivo tenga privilegios aunque yo no los comparta e incluso me posicione contra ellos, es más, trato de escuchar a los oprimidos y discriminados intentando distinguir qué comportamientos tengo que, de manera inconsciente, pueda perpetuar estas desigualdades e intentar evitarlas. Seguro que muchas veces no lo consigo, seguro que muchos comportamientos míos son reprochables porque no me he percatado de su injusticia, seguro que cometo muchos errores, pero nunca se me ocurre poner en duda sus reivindicaciones ni sus luchas ni sus voces clamando contra la desigualdad. Escucho, callo e intento comprender y después me esfuerzo en mejorar. Los hombres en su mayoría no hacen esto con el feminismo y no entiendo por qué, no alcanzo a comprender por qué es tan difícil razonar que no es una lucha personal contra ellos sino contra una masculinidad tóxica en la que también se han criado y que, por tanto, deben examinar para crecer como personas justas e igualitarias, pero no, se sienten agredidos. No entienden nuestros argumentos, siguen sintiéndose insultados y acusados de delitos que no cometieron. ¿Son sólo ellos, también nosotras lo hacemos, lo hacen otros grupos en cuanto se cuestionan sus privilegios? ¿Tal vez es este el motivo por el que hemos empezado a utilizar ese palabro nuevo: omvres?

No sé, pero me da a mí que hasta los hombres buenos tienen un ego muy malo.


Patri Arcadas

viernes, 17 de mayo de 2019

Las mujeres que le gustan a Díaz Ayuso



Me gustas cuando callas porque estás como ausente, dijo el poeta. Y Díaz Ayuso lo aplaudió.

Me gustas cuando pares y a la semana vuelves a trabajar, porque tus derechos como madre no me importan, sólo tu capacidad para seguir produciendo.

Me gustas cuando te explotan y callas, porque así los empresarios seguirán engrosando sus beneficios y diremos que la recuperación económica está conseguida.

Me gusta que cuando te quedes preñada no abortes, porque así crearás nuevos trabajadores y trabajadoras listos para ser explotados.

Me gustas cuando sales de casa y al volver pasas miedo, porque tu seguridad no me importa pero igual tu acosador-violador-asesino me vota.

Me gustas cuando eres tan pobre que decides alquilar tu capacidad reproductiva, porque gente acomodada podrá comprar el fruto de tu vientre y cientos de empresas verán crecer sus ingresos.

Me gustas cuando no tienes opciones en la vida y te prostituyes, porque podré pasearme tranquila por las calles y al verte con tu minifalda y tus tacones infernales podré pensar que eres una “emprendedora empoderada”.

Me gustas tú, así, sin conciencia de género, de sexo, de clase, de raza, de nada, porque cuanto más te esfuerces en triunfar y no lo logres más te diré que es culpa tuya porque no trabajas lo suficiente, y mientras tú te sientes culpable yo seguiré en mi trono observándoos a todas, pobres mujeres ignorantes e infelices, luchando entre vosotras intentando arañar mi mundo blanco, heterosexual, empoderado, enriquecido y privilegiado que, en realidad, nunca será vuestro.



Patri Arcadas

miércoles, 15 de mayo de 2019

Nadal y la ilusión de la igualdad




Que nos salga un señoro endiosado y elevado a los altares como es Rafa Nadal, a cuestionar la igualdad de géneros bajo argumentos tan manidos como la valía o señalando que en profesiones como el modelaje las mujeres cobran más, no es algo que nos pille de sorpresa. Sin dejar de reconocer su mérito como deportista y otros valores personales que he de admitir ha mostrado a lo largo de su vida, no es menos cierto que en cuestión de igualdad entre mujeres y hombres el tipo patina como un ciervo en un lago helado. ¿Qué le vamos a hacer? No es el primero ni será el último. No negaré que ante una persona como él que, en ciertos momentos de su vida, ha mostrado tener principios éticos y morales encomiables, me apena que la ignorancia sobre la realidad de las mujeres, el feminismo y las estructuras de poder se impongan en un señoro que podría ser un gran ejemplo a seguir pero que, en cambio, ha decidido ser vocero de los prejuicios y estereotipos de toda la vida tras el escudo neoliberal de la meritocracia, como si los condicionantes sociales, económicos, culturales, de género, raza, religión, etc., no contaran para nada.

Cabría decirle a este señoro, aunque sólo fuera a título informativo, que las mujeres no ganan menos porque valgan menos sino porque hay todo un sistema social, económico, político y cultural empeñado en ponernos la zancadilla. Que si las mujeres no triunfan tanto como los hombres es porque a ellas se les pone todo indescriptiblemente más difícil para conseguir los mismos logros. Que si las mujeres renunciamos al triunfo y al liderazgo es por cuestiones que a él se le escapan como la socialización de la “inferioridad natural femenina”, o la censura de valores que en ellos se ensalzan y en ellas se demonizan, o la doble y triple jornada que obstaculiza a las mujeres el llegar tan lejos como deseen. También me gustaría decirle a este dechado de inteligencia supina, que si las mujeres cobran más en el mundo de la pasarela no es porque haya igualdad en la sociedad y por eso de manera espontánea hay áreas laborales donde las mujeres están más empoderadas, ya quisiéramos. Las mujeres cobran más en este mundo porque es el reino de la cosificación femenina por excelencia, donde a las modelos se las paga para representar el ideal imposible de belleza con el que se imponen al resto de mujeres estereotipos imposibles de conseguir, con el fin de que nos sintamos disconformes con nuestro cuerpo y empleemos tiempo, dinero y energía en perseguir algo inalcanzable y que nos distrae de metas más interesantes como nuestra formación profesional, nuestro crecimiento personal, el fortalecimiento de la autoestima o la lucha social por la igualdad.

Pero he de decir que esto no me pilla por sorpresa. Tampoco que miles de mujeres se hayan lanzado a divulgar con miles de likes y caritas sonrientes el vídeo de este señoro, aplaudiendo su “imparcialidad”. Aunque duele, eso sí que duele. Mujeres que han debido crecer limitadas con todos los estereotipos del mundo, mujeres que pasan miedo por las noches al volver a casa, mujeres que no ascienden en su trabajo porque un compañero hombre es considerado mejor para el puesto, mujeres que ocupan los empleos más precarios de la sociedad, mujeres que luchan por que su ex les pase una miserable pensión por alimentos para dar una vida medianamente digna a sus hijos,…, todas esas mujeres sonriendo satisfechas ante un hombre blanco, heterosexual, triunfador, económicamente potente,…, hablándonos de igualdad.

Sí, hermanas, duele escucharos, duele leeros, duele sentiros. Simplemente duele.



Patri Arcadas

lunes, 6 de mayo de 2019

Por qué sí me importa tu sexo



Ayer estuve visionando una conferencia en el que una joven explicaba que, por no ajustarse a los estereotipos de género que se esperan de ella como mujer (ropa, maquillaje, físico, etc.,), se encontraba en situaciones sumamente desagradables y a veces abiertamente discriminatorias. Se me quedó especialmente grabado el relato en el que afirmaba sentirse incómoda en los baños de mujeres, ya que muchas de ellas se quejaban por su presencia. En general se preguntaba por qué le importaba tanto a nadie cuál era su sexo, cuál su aspecto, por qué era tan importante para la sociedad ubicarla en una categoría binaria (hombre-mujer) a costa de que ella tuviera que sacrificar cómo expresarse, cómo ser, cómo sentirse, o por el contrario encontrarse en situaciones ofensivas para ella.

En principio no puedo estar más de acuerdo con su planteamiento. Como feminista abomino de los estereotipos de género y defiendo la plena libertad para desarrollarse como una/o desee y le parezca. Estos principios alcanzan a cualquier persona: hombre, mujer, con capacidades diversas, LGTBI,…, nadie sobra, ningún cuerpo es incorrecto, ningún deseo es censurable. Ahora bien, mi feminismo no debe quedarse sólo en los planteamientos conceptuales y utópicos, hay una realidad ahí fuera a la que enfrentarse y esa realidad es que si cualquiera de nosotras, mujeres, entramos en un baño ocupado por lo que nos parece un señor, sabemos que las probabilidades estadísticas de que se nos acose, viole, veje, insulte o agreda tienden a ser de altas a muy altas, así que lo siento, pequeña, sí que nos importa ubicarte en una de estas categorías: hombre o no-hombre. Si tu aspecto es de no-hombre, créeme, nos importa bien poco. No es que yo esté de acuerdo en que la sociedad sea así pero lo es y si tú, con aspecto andrógino o abiertamente masculino, me induces a la creencia de que eres un hombre me importa mucho saber a qué categoría perteneces, porque si eres un hombre estoy en peligro como mujer. Me parece que esta joven centraba su discurso en plantear lo que le pasaba como exclusivamente un deseo o necesidad de la sociedad de clasificarnos y, aunque estoy de acuerdo en que eso sucede, la realidad femenina va más allá: las mujeres, simplemente, buscamos estar a salvo. 

Curiosamente no menciona en ningún momento cómo se sentían los hombres con respecto a ella y su aspecto, como si con ellos no fuera la cosa o no la hubieran interpelado por su aspecto o les diera igual, tal vez porque exactamente es así, a ellos les da igual, no se sienten amenazados. Se me ocurre que si yo fuera ella tendría cuidado con estos hombres a los que no cuestiona en su vídeo, no fuera a suceder que algún grupito de machotes decidieran “enseñarla” a ser mujer. No sería la primera vez que pasase, por desgracia.

No me alegra escribir esto porque, como he dicho, abomino de los estereotipos de género. Cada cual debería poder expresarse como quisiera y me encantaría que esta joven pudiera desarrollarse en su vida diaria con plenitud, en libertad y sin discriminación, pero la sociedad está configurada hoy en día como un peligro para nosotras y no podemos censurar a las mujeres por tener miedo, por desear estar seguras. ¿Cómo se conjuga el derecho a la libertad de esta muchacha y otras como ella con el derecho a la seguridad de las mujeres como colectivo? Creando un mundo más seguro para nosotras, más igualitario, libre de patriarcado, libre de estereotipos, libre de géneros. Hasta ese lejano, lejanísimo momento en que esto se consiga, nos encontraremos en situaciones en que el derecho de unas personas por expresarse libremente y no ser discriminadas chocará con el derecho de las mujeres a estar seguras y no es justo juzgar a éstas por rechazar o desconfiar o defender un espacio propio de quienes "parecen" hombres. 

Por desgracia la vida nos va en ello.


Patri Arcadas