Hace un par de meses en una
reunión expresé mi decisión de leer sólo a mujeres. Supongo que os imaginaréis el enorme debate
que se produjo a continuación: desde personas que de manera respetuosa me
preguntaron por mis motivos a aquellas otras que me soltaron el consabido
“feminazi”, “radical”, “exagerada” y “ya estamos con lo mismo”.
Partamos de una premisa
incuestionable: COMO PERSONA LIBRE YO
DECIDO QUÉ, CUÁNDO Y A QUIÉN LEO. Resumiendo: que leo lo que me sale de las
gónadas, puesta a ser fina. La sociedad en general y los hombres en particular,
por ejemplo, sólo consumen deporte masculino y nadie ve nada malo en ello; igual
sucede con películas, cómics, prensa, etc.
Lo que trato de decir es que la cultura, el deporte, el ocio y cualquier
aspecto de nuestra vida social están totalmente marcados por la presencia
omnipresente de la figura masculina. Sus pensamientos, reflexiones, acciones,
valores y principios atraviesan la sociedad de arriba a abajo,
independientemente de que esa sociedad esté compuesta en su 50% por mujeres.
Así pues cabe preguntarse: y nosotras ¿dónde estamos? ¿cuándo y dónde se nos
ve, se nos escucha, se nos tiene en cuenta? ¿dónde somos representativas y
dónde tenemos poder? La respuesta es triste por obvia: en ningún sitio, nunca,
jamás.
La falta de mujeres en los libros
de historia, en los lugares de poder y en la cultura es endémica y desde luego
no por falta de talento, sino porque el patriarcado ha creado una sociedad a la
medida de las necesidades y deseos masculinos a costa y en perjuicio de los
femeninos. Sólo es necesario un poco de voluntad para escarbar en el pasado y
descubrir cómo miles de mujeres han intentado demostrar su valía sin que se les
diera oportunidad, silenciando sus logros, atribuyéndoselos a sus padres o maridos
o, cuando no había más remedio que reconocerlas, añadiendo la odiosa coletilla
de “sobresalió por encima de su sexo”, como si las mujeres en general fuéramos
productos de saldo, defectuosas, y sólo algunas mujeres sobresalieran de esa
mediocridad. Una de las consecuencias de esta visión falocéntrica es que el
número de las escritoras que han trascendido es insignificante en comparación
con el de hombres. Si cada una de nosotras hacemos una breve reflexión sobre
las mujeres que aparecían en nuestros libros de texto, la conclusión a que nos
llevaría nuestra memoria es que apenas son cuatro o cinco las mujeres dignas de
ser recordadas y eso, amigas mías, es más falso que el porno de Youtube. Este
hecho no sólo supone la ocultación del talento de miles de mujeres sino también
de sus opiniones, experiencias y perspectivas propias, lo cual implica que
todas nosotras hemos crecido asumiendo que las opiniones, la filosofía, los principios
y experiencias masculinos son universales y extensibles a todas y todos, convirtiendo
el pensamiento masculino en el único y dominante y, por extensión, en el
razonable, natural y sensato. Todo esto es una gran mentira y este es el motivo
por el que he decidido sólo leer a mujeres, así que si queréis escuchar mis
razones, son éstas:
- La visión masculina del mundo que transmiten los escritores ya me la conozco, me he pasado toda mi vida metiéndomela en vena a través de libros escritos por ellos. Ya es hora de escuchar qué tienen que contar ellas.
- La voz de las mujeres siempre ha sido silenciada, no sabemos qué tienen de nuevo que decir, por lo que leyéndolas ampliamos nuestros horizontes y aprendemos algo más que la sempiterna opinión masculina.
- Soy una lectora empedernida pero mi tiempo es limitado y he de elegir qué leer y qué no, puesto que no hay manera factible de conseguir leer todo lo que deseo y he de optar por unos y otros, decido elegirlas a ellas.
- Es de justicia darles una oportunidad, decirles con nuestro consumo, nuestras elecciones y nuestras lecturas que nos interesa lo que dicen y auparlas en el mundo literario.
- Consumiendo libros de mujeres le decimos a las editoriales que nos importan ellas y lo que tienen que decir.
Por último quiero decir que esta
decisión no es ninguna doctrina ni fe a la que encomendarse, es mi elección y
tampoco soy esclava de ella, si se me presenta un libro especialmente atractivo
escrito por un hombre lo leeré, pero nunca voy a dar por sentado que lo que
ellos me cuentan es más interesante, trascendente o de mejor calidad que lo que
cuentan ellas. Al fin y al cabo, mis escritoras, mis mujeres, también somos
todas.
Patri Arcadas