viernes, 24 de enero de 2020

Educando mujercitas



Siempre me he sentido inclinada a ponerme de lado de las personas más indefensas, lo que socialmente se traduce en aquellas pertenecientes a colectivos discriminados y/o fuera de la norma establecida, sea ésta la que sea. Con los años una ha ido desarrollando aún más este instinto cuando los conocimientos se amplían y empiezas a vislumbrar primero y conocer después, el modo en el que el sistema articula el poder y sitúa a unos arriba (hombres, blancos, heterosexuales, ricos, capacitados, religiosos, ajustados a los estereotipos de belleza, con estudios, humano sobre animal, etc.) y a otros abajo (los demás) y eso te hace sentir de forma aún más lacerante las injusticias que se comenten alrededor.


Es este sentido de la justicia o la empatía o la compasión, vete tú a saber, lo que me ha hecho indignarme con un vídeo que ha empezado a circular recientemente con el acoso, los insultos y los gritos recibidos por dos personas transfemeninas/mujeres trans en un bar en EE.UU. Obviamente me solidaricé con ellas porque nadie, absolutamente nadie, debe ser insultado, acosado, irrespetado o amenazado por ninguna condición personal, sea sexo, raza, orientación sexual, religión, etc., y eso obviamente incluye a las personas trans, quienes merecen todo el respeto del mundo no por ser trans, sino simplemente por ser personas. Reconozco que de forma algo malvada me sentí secretamente feliz viendo cómo se defendieron de su acosador y me hizo decirme a mí misma que ojalá hiciéramos todas los mismo para que el miedo cambiara de lado, pero este pensamiento también me llevó un poco más allá. ¿Por qué no lo hacemos? ¿Será que las nacidas hembras humanas y por tanto socializadas como mujeres desde el momento que se descubre nuestro sexo, no somos capaces de defendernos físicamente? ¿Acaso va en nuestros genes la cobardía, la no violencia? ¿Por qué estas personas transfemeninas/mujeres trans sí que utilizaron sin dudar la violencia física y nosotras no somos capaces? Mi respuesta sólo es una: la socialización.


Desde el segundo uno en que venimos al mundo estamos dentro del engranaje del patriarcado que, habiéndonos asignado el género femenino, nos dice que somos débiles, sumisas e inferiores. Crecemos con la creencia de que somos incapaces de oponernos físicamente a un hombre y mucho menos imponernos, de modo que, aun siendo una realidad irrefutable que los hombres poseen como machos de la especie mayor fuerza física, altura, peso o musculatura, ni siquiera en una situación hipotética en la que nosotras tuviéramos mayor corpulencia se nos pasaría por la cabeza utilizar esta superioridad física en una confrontación, simplemente no nos lo creemos, hemos asumido nuestra debilidad.

Son infinitas las veces en que hemos estado en la misma situación que las personas del vídeo y algún hombre nos ha insultado por cualquier motivo (nuestra ropa, nuestro rechazo a sus avances románticos, nuestra sexualidad,…  cualquier excusa es buena para atacarnos). ¿En cuántas ocasiones hemos respondido o incluso enfrentado físicamente? Básicamente ninguna. No digo que no haya hermanas capaces de hacerlo y que hayan tenido la valentía y seguridad en sí mismas suficientes para haberlo llevado a cabo pero, como regla general, solemos preferir evitar esa confrontación. Aguantamos los insultos, nos enfadamos, nos desahogamos entre nosotras, quizá le digamos algo pero no demasiado agresivo, no demasiado retador, no demasiado maleducado (hasta en esto nos suele pesar la educación de niñas buenas) y rara vez por no decir nunca lo retamos físicamente o lo agredimos, antes optamos por marcharnos del lugar.

La idea de que podríamos o deberíamos hacerlo, la idea de actuar como las personas de este vídeo y hacer valer también nuestra posible violencia defensiva es seductora porque ¿quién de nosotras no ha soñado con que el miedo pase al otro bando? Pero por otro lado no puedo dejar de pensar que como feminista quiero ser mejor que los hombres, mejor que ese mundo que ellos han creado lleno de violencia y dominio.

Considero que hay valores enormemente positivos en nuestra socialización: los cuidados, la empatía, la resolución pacífica de conflictos,… el problema no está ahí sino el contexto en que estos valores se desarrollan: sumisión, aprendizaje de la indefensión, prioridad del otro sobre una misma,…, de momento sólo nos queda ir desaprendiendo y batallando contra ese contexto.

Mientras, sigo mirando ese vídeo y preguntándome si sería bueno que nosotras asumiéramos esa violencia para defendernos y me digo no, no, no,…, pero ¡Ay, Dios, de qué buena gana le metería dos hostias a más de uno¡


Patri Arcadas