Siempre me he sentido
inclinada a ponerme de lado de las personas más indefensas, lo que socialmente
se traduce en aquellas pertenecientes a colectivos discriminados y/o fuera de
la norma establecida, sea ésta la que sea. Con los años una ha ido desarrollando
aún más este instinto cuando los conocimientos se amplían y empiezas a
vislumbrar primero y conocer después, el modo en el que el sistema articula el
poder y sitúa a unos arriba (hombres, blancos, heterosexuales, ricos,
capacitados, religiosos, ajustados a los estereotipos de belleza, con estudios,
humano sobre animal, etc.) y a otros abajo (los demás) y eso te hace sentir de
forma aún más lacerante las injusticias que se comenten alrededor.
Es este sentido de la
justicia o la empatía o la compasión, vete tú a saber, lo que me ha hecho
indignarme con un vídeo que ha empezado a circular recientemente con el acoso,
los insultos y los gritos recibidos por dos personas transfemeninas/mujeres
trans en un bar en EE.UU. Obviamente me solidaricé con ellas
porque nadie, absolutamente nadie, debe ser insultado, acosado, irrespetado o
amenazado por ninguna condición personal, sea sexo, raza, orientación sexual,
religión, etc., y eso obviamente incluye a las personas trans, quienes merecen
todo el respeto del mundo no por ser trans, sino simplemente por ser personas.
Reconozco que de forma algo malvada me sentí secretamente feliz viendo cómo se
defendieron de su acosador y me hizo decirme a mí misma que ojalá hiciéramos
todas los mismo para que el miedo cambiara de lado, pero este pensamiento
también me llevó un poco más allá. ¿Por qué no lo hacemos? ¿Será que las nacidas hembras humanas y por tanto socializadas como mujeres desde el
momento que se descubre nuestro sexo, no somos capaces de defendernos
físicamente? ¿Acaso va en nuestros genes la cobardía, la no violencia? ¿Por qué
estas personas transfemeninas/mujeres trans sí que utilizaron sin dudar la
violencia física y nosotras no somos capaces? Mi respuesta sólo es una: la
socialización.
Desde el segundo uno en
que venimos al mundo estamos dentro del engranaje del
patriarcado que, habiéndonos asignado el género femenino, nos dice que somos
débiles, sumisas e inferiores. Crecemos con la creencia de que somos incapaces
de oponernos físicamente a un hombre y mucho menos imponernos, de modo que, aun
siendo una realidad irrefutable que los hombres poseen como machos de la especie
mayor fuerza física, altura, peso o musculatura, ni siquiera en una situación hipotética en la que nosotras tuviéramos mayor corpulencia se nos pasaría por la cabeza
utilizar esta superioridad física en una confrontación, simplemente no nos lo
creemos, hemos asumido nuestra debilidad.
Son infinitas las veces
en que hemos estado en la misma situación que las personas del vídeo y algún
hombre nos ha insultado por cualquier motivo (nuestra ropa, nuestro rechazo a
sus avances románticos, nuestra sexualidad,…
cualquier excusa es buena para atacarnos). ¿En cuántas ocasiones hemos
respondido o incluso enfrentado físicamente? Básicamente ninguna. No digo que no haya hermanas capaces de hacerlo y que hayan tenido la valentía y seguridad en
sí mismas suficientes para haberlo llevado a cabo pero, como regla general,
solemos preferir evitar esa confrontación. Aguantamos los insultos, nos
enfadamos, nos desahogamos entre nosotras, quizá le digamos algo pero no
demasiado agresivo, no demasiado retador, no demasiado maleducado (hasta en
esto nos suele pesar la educación de niñas buenas) y rara vez por no decir
nunca lo retamos físicamente o lo agredimos, antes optamos por marcharnos del
lugar.
La idea de que podríamos
o deberíamos hacerlo, la idea de actuar como las personas de este vídeo y hacer
valer también nuestra posible violencia defensiva es seductora porque ¿quién de
nosotras no ha soñado con que el miedo pase al otro bando? Pero por otro lado
no puedo dejar de pensar que como feminista quiero ser mejor que los hombres,
mejor que ese mundo que ellos han creado lleno de violencia y dominio.
Considero que hay
valores enormemente positivos en nuestra socialización: los cuidados, la
empatía, la resolución pacífica de conflictos,… el problema no está ahí sino el
contexto en que estos valores se desarrollan: sumisión, aprendizaje de la
indefensión, prioridad del otro sobre una misma,…, de momento sólo nos queda ir
desaprendiendo y batallando contra ese contexto.
Mientras, sigo mirando
ese vídeo y preguntándome si sería bueno que nosotras asumiéramos esa violencia
para defendernos y me digo no, no, no,…, pero ¡Ay, Dios, de qué buena gana le
metería dos hostias a más de uno¡
Patri Arcadas