viernes, 26 de octubre de 2018

La buena víctima


Esta semana hemos asistido a la muerte de tres mujeres con apenas unas horas de diferencia. Al escribir la anterior frase mi intención era decir “hemos asistido con horror” pero después he comprendido que el horror sólo es para nosotras y para algún “ellos” pero, por desgracia, muchos hombres habrán escuchado las noticias con indiferencia y otros incluso con regocijo porque “eso es lo que nos merecemos”.

Si la noticia en sí ya es terrible aún más lo es saber que muchas de las víctimas habían denunciado y el sistema judicial les falló. Podemos contar cientos, miles de estos casos en que las mujeres no sólo han padecido el maltrato de sus parejas sino también el del Estado, que impasible contempla su desgracia sin que se le mueva un solo pelo. Una no puede sino preguntarse qué lleva a un operador jurídico o policial a menospreciar, denigrar o minusvalorar las declaraciones, hechos o situaciones de una mujer que se presenta denunciando una situación de malos tratos. Esto me lleva a pensar en la imagen que tenemos de la víctima de violencia de género y trae a mi mente las conversaciones con un par de amigas, una de las cuales trabaja en un servicio público de asistencia a mujeres maltratadas, así como mis propias experiencias con mujeres de mi entorno de las que, con el tiempo, supe que habían denunciado a sus parejas. Y entre otras razones concluyo que tenemos una imagen estereotipada de cómo debería ser la víctima olvidándonos de la realidad. ¿Cuáles son, en definitiva, esas ideas que nos llevan a negar el estatus de víctima a una mujer que no se ajusta a esa idea preconcebida?

Es imposible que él le pegara, ella tiene mucho genio, mucho carácter. Las personas somos tremendamente variables, podemos ser muy simpáticas con un grupo de personas y muy antipáticas en otro, podemos ser muy valientes en las decisiones sobre las amistades y muy cobardes al enfrentarnos al jefe/a, podemos tener mucho temperamento con los compañeros/as de trabajo y no ser capaz de levantar la voz en casa. Conocer una faceta de la mujer que nos muestre su carácter no implica que lo tenga en otro y no podemos olvidar la educación sentimental que se nos da: somos las responsables de todo, si algo sale mal en una relación o en la familia es nuestra culpa, si no somos sumisas, complacientes, cuidadoras, somos malas esposas, malas madres, malas hijas… esta visión lleva a una mujer a ser enormemente dócil en una relación de pareja que ya, de por sí, nace desigual. Así que no, tener carácter no imposibilita ser una mujer maltratada. Además, ¿quién nos dice que ese carácter se saca fuera de casa como medio de escape precisamente porque dentro de la relación no puede tenerlo?

Mírala como va, una mujer maltratada no se viste así, ni se ríe ni se relaciona así. Una mujer maltratada puede vestir como desee y puede hacerlo, quizá, para ocultar su tristeza, quizá se ríe y baile y cante para acallar el dolor que la carcome por dentro, quizá habla y se relaciona con mil personas para acallar el sufrimiento que le produce el hombre que debería amarla.

Es una mujer egoísta, grosera, antipática. Sí, ¿y qué? La mujer maltratada lo es porque su pareja ejerce violencia sobre ella, porque él se ampara en el sistema machista y patriarcal que le concede el poder, porque hay toda una cultura que a él le presupone como buen padre de familia y a ella una arpía manipuladora. Y sí, quizá ella sea egoísta y grosera y maleducada y todo lo que queramos imaginar, pero eso no hace que deje de ser víctima. Nadie le pide al que sufre un hurto que sea una persona agradable, nadie le pide a quien es estafado que sea moralmente intachable, nadie pide a quien sufre una agresión en la calle que sea simpático,…, ¿por qué la mujer debe mostrar un plus de bondad para que sea considerada víctima?

Ella también maltrata a su marido, le insulta, incluso ha llegado a pegarle. Puede ser que una mujer maltratada llegue a un estado en que pierda todo control y “se atreva” a contestar, insultar e incluso pegar a su pareja. Pero ¿eso le hace perder su condición de víctima? Perdonadme pero ¿alguien ha oído hablar de legítima defensa? Llevar a una persona a tal estado de enajenación, angustia y desesperación que reaccione con violencia física o verbal también es una forma de violencia de género y su estrategia consiste en conseguir que la mujer reaccione de forma aparentemente desproporcionada para cuestionarla, hacerla pasar por inestable, loca, y así desautorizar su voz, su testimonio, su palabra.

Hay muchos más argumentos, seguro que cualquiera de vosotras podría aportar infinitud de ellos. Pero en cualquier caso todas estas razones que circulan dentro del imaginario colectivo que también comparten quienes han de atender y juzgar a las mujeres, no son sino excusas del patriarcado para seguir haciendo lo que siempre se ha hecho: sojuzgar a las mujeres. Porque una víctima de violencia no tiene por qué ser esa mujercita dulce, triste, apagada, de voz inaudible, temblorosa, ajada, mal vestida, nerviosa, entregada, buena persona, que se pretende vendernos. Las víctimas pueden vestirse de mil formas y con mil comportamientos; puede que no nos caigan bien, puede que tengan principios y valores o comportamientos que nos parezcan reprochables, puede que esgriman ideas machistas, retrógradas, violentas y totalmente opuestas a lo que podamos considerar “adecuado” pero nada de eso impide que sigan siendo lo que son, víctimas. Así que dejemos de poner el foco de atención en ellas, en cómo son, cómo visten, cómo reaccionan, cómo piensan, y empecemos a fijarnos en ellos, a cuestionarlos, a juzgarlos y decirles de una vez por todas que no pueden seguir haciendo lo que hacen sin que la sociedad los pongan donde se merecen: en la cárcel.




Patri Arcadas

lunes, 15 de octubre de 2018

La mala hija


No hace mucho una cadena de televisión nacional produjo una serie llamada “Amores que duelen” y que, básicamente, relataba la historia de varias mujeres maltratadas desde el inicio de la relación hasta su final. Durante el visionado de la serie no podía dejar de admirarme de las posturas que adoptaban las hijas de estas mujeres: empáticas, solidarias, amorosas,… Me preguntaba si era una puesta en escena, si habían llegado a esa posición de serenidad y aceptación después de un largo proceso que yo aún no había experimentado o si, simplemente, ponían la mejor cara delante de la pantalla, la que todos quieren ver: la cara de los que han superado el maltrato y ahora viven felices disfrutando del amor familiar, mutuo y acogedor.

Yo no sé qué es eso.  

Tras larguísimos años de maltrato de mi padre a mi madre, de mi padre a mis hermanas, de mi padre a mí, he conseguido construir una mujer autónoma, independiente, fuerte y feminista. Pero no siempre: a veces soy cobarde y débil y derrotista y daría un brazo por que otra persona llevara el peso de la vida por mí, cuando no puedo ni con mi propia sombra. Yo no me reconozco en esas hijas entregadas que aparecían en pantalla. Amaba a mi madre pero llegaba a odiarla cuando decía que aguantaba por nosotras, por mí, haciéndonos responsable de aquel infierno; amaba a mi madre pero la despreciaba cuando mi padre nos humillaba, nos ultrajaba, nos pegaba y ella se quedaba en un rincón callada y estática esperando que todo pasase, que él se marchase para venir a abrazarnos. Entonces los abrazos ya no me servían de nada, ¿para qué los quería? Amaba a mi madre pero me asqueaba cuando nos hacía callar, cuando mentía a todo el mundo diciendo que había tenido un accidente doméstico, cuando se reía de las vejaciones públicas de mi padre simulando que eran bromas. Amaba a mi madre y cuando decidió finalmente divorciarse sentí repugnancia del discurso que creó proyectando la imagen de una mujer fuerte que no tuvo elección, de una mujer independiente que se vio obligada a aguantar, de una mujer valiente que no encontraba apoyos,…, odié su impostura, pero acabé entendiendo que era su única forma de lidiar con la culpa y hacerse mejor en su memoria de lo que realmente se sentía.

Así pues, después de tantos años, sigo aprendiendo a manejar mis sentimientos, contradictorios y antagónicos, y a aceptar que se puede odiar a alguien a quien tanto se ama. Además ahora debo contender con algo inesperado: conocer a mi madre otra vez, la verdadera, la oculta, la que estaba detrás del maltrato. Pensaréis que es un punto de partida, un buen comienzo, una esperanza,…, pues no, porque ahora es una desconocida la que se erige ante mí, alguien de quien estoy descubriendo que no me gusta demasiado. ¿Realmente mi madre era así en lo más profundo de su ser? ¿O esta persona es la que ha quedado después de casi tres décadas de violencia? No lo sé, pero es mi madre, así que aprendo a quererla de nuevo, la quiero. Y a veces no tanto.

No es una historia bonita, no es una historia cómoda, pero es mi historia y no voy a pedir perdón por no acomodarme al estereotipo de la buena hija. El perdón  le corresponde suplicarlo otros.

Patri Arcadas

jueves, 4 de octubre de 2018

La violencia de las mujeres


Hace un par de días me llegó la noticia de una mujer que ha matado a su pareja y como siempre no tardaron en surgir los sempiternos defensores de la “igualdad” (así entre comillas, porque es su versión de la igualdad) diciendo aquello de que “las mujeres también matan”.

Antes de que el feminismo me abriera los ojos yo era la primera en afirmar que la violencia está mal siempre, venga de donde venga. Ahora ya no estoy tan segura y me pregunto qué pasaría si el miedo cambiara de bando, si las mujeres empezáramos a responder con contundencia a base de porras, llaves de judo, gas pimienta o ataques en grupo. ¡Qué tentación! Pero aquí me paro en seco y reflexiono que si soy feminista no es sólo para tener los mismos derechos que los hombres, no, yo soy feminista para ser mejor, para construir un mundo mejor del que ha construido el patriarcado. Así pues, ¿es legítimo el uso de la violencia por parte de las mujeres?

Aquí es donde debemos empezar a cuestionar esa frase ya mencionada de “las mujeres también matan” porque en su acepción sin análisis se pierden los puntos de vista, los matices y el amplio catálogo de grises que van del blanco al negro. Y es que cuando una persona, sea del sexo que sea, mata a su pareja, hay un enorme listado de cuestiones que normalmente tendrán una respuesta diferente si la mano homicida es de un hombre o de una mujer.

¿Por qué  ha matado a su pareja? Si el hombre es el victimario normalmente será un caso de violencia de género, otro macho más que se cree con derechos de propiedad sobre su mujer y, por tanto, puede disponer de su vida, especialmente cuando ella le sale respondona o decide tener una vida propia donde él no tiene cabida. Si la victimaria es mujer la cosa cambia y en una relación de violencia de género lo más probable es que sea defensa propia o de sus hijos. ¿Puede haber otros motivos? Por supuesto. ¿Puede una mujer matar a su pareja por razones espurias? Claro que sí. Pero la trampa en la que la fratría machista pretende hacernos creer es la de hacernos pasar el poco por el mucho, el uno por el todos, el caso aislado, mínimo, casi anecdótico, por una generalidad que no es tal.

“La violencia está mal venga de donde venga y la ejerza quien la ejerza”. Sin duda es una frase hermosa, razonable, equitativa, casi perfecta. Casi. Porque la violencia no tiene los mismos motivos en hombres que en mujeres, la violencia no se ejerce de igual forma por unos que por otras, la violencia se enseña a utilizarla a ellos y a padecerla a ellas. Y esto no es un alegato en pro de las mujeres, todas víctimas, todas santas, todas calladas, esto es una simple realidad que se traslada al día a día: según las estadísticas de Instituciones Penitenciarias, en octubre de 2018 el 92,56% de la población reclusa son hombres. Este dato no es casual. Los hombres son más violentos, delinquen más y resuelven sus conflictos de forma más agresiva. Porcentaje similar es el de homicidios producidos entre parejas en que la abrumadora mayoría de homicidas son hombres. Así pues, ¿de verdad se puede decir que la frase de marras es equitativa? ¿no es fácil ver que la violencia normalmente viene siempre del mismo lado?

“Las mujeres también matan, son maliciosas y calculadoras”. Claro, pobrecitos hombres, tan buenos cabezas de familia, tan sacrificados, tan sensatos, tan… ellos. Y aquí sale nuestra sociedad patriarcal a vendernos la estampa del pobre hombre asesinado por su diabólica esposa. Porque los hombres siempre son juiciosos, educados y justos. Debe de ser genial eso de que se te presuponga inocente sólo por el hecho de nacer varón. Yo personalmente no sé qué es eso, porque a mí por ser mujer ya se me presupone malvada, codiciosa, interesada y si él me pega o ya puestos, me asesina, “cómo habré puesto al pobre hombre para hacer eso”.

No somos santas, no somos perfectas, pero tampoco somos las responsables de nuestras muertes, de nuestras agresiones, de nuestros acosos; lo es el patriarcado, lo es el machismo, lo son esos hombres que se erigen en brazos ejecutores del sexismo desaforado de la sociedad en la que vivimos. Que las mujeres también matan, también agreden, también pueden ser violentas es obvio, que lo seamos normalmente, no, que seamos responsables de provocar que los hombres lo sean, tampoco.

Así pues, cuando vuelva a llegar una noticia de una mujer que ha asesinado a su pareja, antes de presuponernos pérfidas, malvadas, calculadoras y manipuladoras, devuélvannos el favor que les hacen a ellos y pregunten: ¿qué habrán hecho esos hombres para llevar a esa pobre mujer a matarlo?

Patri Arcadas