Esta semana hemos asistido a la
muerte de tres mujeres con apenas unas horas de diferencia. Al escribir la
anterior frase mi intención era decir “hemos asistido con horror” pero después
he comprendido que el horror sólo es para nosotras y para algún “ellos” pero,
por desgracia, muchos hombres habrán escuchado las noticias con indiferencia y
otros incluso con regocijo porque “eso es lo que nos merecemos”.
Si la noticia en sí ya es
terrible aún más lo es saber que muchas de las víctimas habían denunciado y el
sistema judicial les falló. Podemos contar cientos, miles de estos casos en que
las mujeres no sólo han padecido el maltrato de sus parejas sino también el del
Estado, que impasible contempla su desgracia sin que se le mueva un solo pelo.
Una no puede sino preguntarse qué lleva a un operador jurídico o policial a
menospreciar, denigrar o minusvalorar las declaraciones, hechos o situaciones
de una mujer que se presenta denunciando una situación de malos tratos. Esto me
lleva a pensar en la imagen que tenemos de la víctima de violencia de género y
trae a mi mente las conversaciones con un par de amigas, una de las cuales
trabaja en un servicio público de asistencia a mujeres maltratadas, así como
mis propias experiencias con mujeres de mi entorno de las que, con el tiempo,
supe que habían denunciado a sus parejas. Y entre otras razones concluyo que
tenemos una imagen estereotipada de cómo debería ser la víctima olvidándonos de
la realidad. ¿Cuáles son, en definitiva, esas ideas que nos llevan a negar el estatus
de víctima a una mujer que no se ajusta a esa idea preconcebida?
Es imposible que él le pegara, ella tiene mucho genio, mucho carácter.
Las personas somos tremendamente variables, podemos ser muy simpáticas con un
grupo de personas y muy antipáticas en otro, podemos ser muy valientes en las
decisiones sobre las amistades y muy cobardes al enfrentarnos al jefe/a, podemos
tener mucho temperamento con los compañeros/as de trabajo y no ser capaz de
levantar la voz en casa. Conocer una faceta de la mujer que nos muestre su
carácter no implica que lo tenga en otro y no podemos olvidar la educación
sentimental que se nos da: somos las responsables de todo, si algo sale mal en
una relación o en la familia es nuestra culpa, si no somos sumisas,
complacientes, cuidadoras, somos malas esposas, malas madres, malas hijas… esta
visión lleva a una mujer a ser enormemente dócil en una relación de pareja que
ya, de por sí, nace desigual. Así que no, tener carácter no imposibilita ser
una mujer maltratada. Además, ¿quién nos dice que ese carácter se saca fuera de
casa como medio de escape precisamente porque dentro de la relación no puede
tenerlo?
Mírala como va, una mujer maltratada no se viste así, ni se ríe ni se
relaciona así. Una mujer maltratada puede vestir como desee y puede
hacerlo, quizá, para ocultar su tristeza, quizá se ríe y baile y cante para
acallar el dolor que la carcome por dentro, quizá habla y se relaciona con mil
personas para acallar el sufrimiento que le produce el hombre que debería
amarla.
Es una mujer egoísta, grosera, antipática. Sí, ¿y qué? La mujer
maltratada lo es porque su pareja ejerce violencia sobre ella, porque él se
ampara en el sistema machista y patriarcal que le concede el poder, porque hay
toda una cultura que a él le presupone como buen padre de familia y a ella una
arpía manipuladora. Y sí, quizá ella sea egoísta y grosera y maleducada y todo
lo que queramos imaginar, pero eso no hace que deje de ser víctima. Nadie le
pide al que sufre un hurto que sea una persona agradable, nadie le pide a quien
es estafado que sea moralmente intachable, nadie pide a quien sufre una agresión
en la calle que sea simpático,…, ¿por qué la mujer debe mostrar un plus de
bondad para que sea considerada víctima?
Ella también maltrata a su marido, le insulta, incluso ha llegado a
pegarle. Puede ser que una mujer maltratada llegue a un estado en que
pierda todo control y “se atreva” a contestar, insultar e incluso pegar a su
pareja. Pero ¿eso le hace perder su condición de víctima? Perdonadme pero ¿alguien ha
oído hablar de legítima defensa? Llevar a una persona a tal estado de
enajenación, angustia y desesperación que reaccione con violencia física o
verbal también es una forma de violencia de género y su estrategia consiste en
conseguir que la mujer reaccione de forma aparentemente desproporcionada para
cuestionarla, hacerla pasar por inestable, loca, y así desautorizar su voz, su
testimonio, su palabra.
Hay muchos más argumentos, seguro
que cualquiera de vosotras podría aportar infinitud de ellos. Pero en cualquier
caso todas estas razones que circulan dentro del imaginario colectivo que
también comparten quienes han de atender y juzgar a las mujeres, no son sino
excusas del patriarcado para seguir haciendo lo que siempre se ha hecho:
sojuzgar a las mujeres. Porque una víctima de violencia no tiene por qué ser
esa mujercita dulce, triste, apagada, de voz inaudible, temblorosa, ajada, mal
vestida, nerviosa, entregada, buena persona, que se pretende vendernos. Las
víctimas pueden vestirse de mil formas y con mil comportamientos; puede que no
nos caigan bien, puede que tengan principios y valores o comportamientos que
nos parezcan reprochables, puede que esgriman ideas machistas, retrógradas,
violentas y totalmente opuestas a lo que podamos considerar “adecuado” pero
nada de eso impide que sigan siendo lo que son, víctimas. Así que dejemos de
poner el foco de atención en ellas, en cómo son, cómo visten, cómo reaccionan,
cómo piensan, y empecemos a fijarnos en ellos, a cuestionarlos, a juzgarlos y
decirles de una vez por todas que no pueden seguir haciendo lo que hacen sin
que la sociedad los pongan donde se merecen: en la cárcel.
Patri Arcadas