lunes, 3 de agosto de 2020

Madres mentirosas


Cada cierto tiempo suele aparecer en las redes, como una suerte de bucle en el tiempo, memes y publicaciones donde se insta a las mujeres a no mentir a los hijos sobre los padres, a no malmeterles, a tacharlas de malas madres si hablan mal del padre a los niños y niñas. Estoy segura de que entre las personas que publican estos mensajes están personas bienintencionadas que sólo pretenden salvaguardar a los pequeños de los conflictos de sus padres, pero las buenas intenciones cuando van acompañadas de ignorancia pueden ser letales.

Para empezar no debe pasarse por alto que estos mensajes suelen ir dirigidos a las madres, existiendo a priori una presunción de que somos nosotras, las mujeres, las que hacemos uso de la inquina y la maledicencia para malmeter a nuestros retoños contra sus padres. Nadie con una mínima capacidad de análisis y un intelecto medio puede pasar por alto este hecho, nadie puede con un mínimo sentido crítico dejar de sospechar que tras tan en apariencia sensato discurso, existe una clara misoginia: las mujeres somos unas mentirosas, es el pensamiento que sin lugar a dudas se esconde tras esta petición.

Las mujeres no somos santas, ni mucho menos, podemos ser mentirosas, vengativas, crueles,…, COMO CUALQUIER HOMBRE. El problema es que cuando tenemos útero estas malas artes se nos presuponen, igual que en la época de nuestros abuelos cuando en la cartilla militar se hacía constar “valor: se le supone”. Exactamente igual. Y no, por ser mujer, por tener vagina, por tener XX en mis genes no soy por naturaleza mentirosa ni cruel ni manipuladora ni nada, soy quien soy por mí misma.

Esto viene a raíz de un meme recibido hace unos días en que se interpelaba a las madres a

no hablar mal de los padres a los hijos y yo no podía sino pensar en mi propia experiencia. Cuando mi padre pegaba o vejaba a mi madre no distinguía si sus hijas estábamos o no presentes, la salvaguarda de nuestra integridad psicológica y moral era algo que ni le importaba ni probablemente sabría qué era, pero mi madre siempre pretendía salvarnos de esa experiencia, quería que no supiéramos lo que pasaba y así, tengo recuerdos varios en los que mi padre golpeaba o gritaba a mi madre en otro lado de la casa y nosotras acudíamos en su ayuda para encontrarla tirada en el suelo. Cuando tratábamos de levantarla ella siempre decía “no es nada, me he caído”. Yo no sé si soy una tía rara pero lo que sí sé es que yo vivía aquella mentira como una auténtica traición, porque aquellas palabras por muy bien intencionadas que fueran lo que hacían era poner en duda mi propia visión de las cosas, hacía tambalear mi criterio diciéndome que lo que yo veía e interpretaba era mentira, dinamitaba mi autoconfianza en la percepción de mis sentidos. Con el paso de los años se convirtió un tema recurrente con mi madre: el daño de las mentiras, las buenas intenciones que se vuelven ponzoña, las dudas que sembraban en mi mente infantil la negación de lo que yo percibía.

No es bueno ni deseable ni saludable hablar mal a los hijos del otro progenitor, sea padre o madre, pero tampoco me parece que lo sea ocultarles la verdad de lo que pasa porque con eso (y lo he visto muchas veces) lo único que se consigue es negarles a los hijos la posibilidad de defenderse de la realidad y en el tema que nos ocupa, además, idealizar la imagen de un padre en detrimento de otro sin que sea acreedor de tal privilegio.

Si además se trata de una familia donde hay violencia machista, lo siento, madres del mundo, no hay mentiras para ocultar lo que pasa, los niños y niñas no son personitas ciegas, sordas y mudas que permanezcan en el limbo a la espera de que los padres les expliquen el mundo, ellos ven, ellos escuchan, ellos sienten,…, vuestras mentiras bienintencionadas no sirven porque no olvidéis nunca que las paredes oyen. No importa lo bajito que lloréis.

 

 

Patri Arcadas