Está mi amiga, que me
cuenta que su hermana se ha divorciado porque una “venezolana calentorra” le ha
robado el marido, está mi compañera de trabajo, que me cuenta que a su padre lo
ha desplumado una “rumana espabilada” que se lo cameló, se casó con él y ahora se
ha gastado todos sus ahorros, está mi vecina, que me cuenta que
su amigo se va cada año a Kenia a hacer voluntariado y se quedó prendado de
“una negrita” que le ha sacado todo y ahora no quiere saber nada de él. Todas
esas mujeres despotrican contra otras en las que no se reconocen porque son de
otra nacionalidad, otra raza, otra cultura, guardan su compasión y su empatía
para ellos, los hombres, los grandes beneficiados de la historia, de nuestras
simpatías y de nuestra solidaridad.
Yo pienso en qué haría
si me viera en un país desconocido, sin trabajo, sin techo, sin papeles, sin un
plato que llevarme a la boca, sin futuro. ¿Acaso no haría lo que fuera por
sobrevivir? ¿Acaso no me agarraría a lo que fuera, incluso a un hombre que me
ofrece su condescendencia, con tal de cubrir mis necesidades básicas? Sería muy
fácil decir que no porque no me he visto en esas circunstancias, tan fácil como
suponer que nuestras normas morales, nuestra ética, nuestro sentido de la
dignidad se impondrían a la inseguridad y a la carencia de todo lo esencial. Moralmente
es fácil decir que conquistar a un hombre casado con la finalidad de que
abandone su mujer y te mantenga a ti, está mal, conquistar a un señor entrado
en años para casarse con él y aprovechar para desplumarlo, está mal, dejarse
querer por un hombre que dice haberse enamorado de ti y exprimirle hasta la
última moneda, está mal. Pero a veces la moral choca con la vida y la realidad
de estas mujeres se resumen en hambre, frío, carencias, necesidades e
inseguridad totales.
Recuerdo “El segundo
sexo” de Simone de Beauvoir donde decía que si las mujeres éramos miserables,
interesadas y mezquinas no era porque formara parte de nuestra naturaleza, sino
porque la sociedad estaba configurada para que fuéramos así, no nos dejaban otra
opción. Así que volviendo al caso anterior ¿qué opciones tenían esas mujeres aparte
de conquistar a esos hombres y seducirlos para aprovecharse de su superioridad
económica?
No obstante todo lo
anterior, lo que más me fascina de estas historias no es la incapacidad de las
mujeres que me rodean de sentir empatía por esas otras, las malas, las
inmigrantes aprovechadas, las que vienen a robarnos los hombres, lo que me
maravilla es la ceguera ante el hecho de que esos hombres por lo que sienten
tanta compasión, esos pobres hombres engañados, enamorados, traicionados,
estafados, en realidad son unos abusadores. Sí, lo son. ¿Acaso el marido casado
olvidó el vínculo que le unía a su esposa? ¿acaso la “venezolana calentorra”
tiene el superpoder de la dominación mental para conseguir que dejara de amar a
su pareja y se fuera con ella? No, fue él quien decidió traicionar su relación,
pero la culpamos a ella, la inmigrante robahombres. ¿Acaso el viejecito
enternecedor creía realmente que esa “rumana espabilada” con veinte años menos
se estaba enamorado de él? ¿acaso no se aprovechó en realidad de su necesidad
para someterla a su fantasía romántica, a su dominación económica, para hacer
de ella su fetiche y seguir creyéndose un Don Juan todavía vigoroso y
atractivo? No, ella no se enamoró de un señor que podría ser su padre, ni de su
inteligencia ni de su verborrea ni de su apostura, ella simplemente necesitaba
sobrevivir y aprovechó la ocasión a costa de ser sometida a una fantasía
masculina. ¿Acaso pensaba el generoso voluntario que aquella “negrita” se
echaba espontáneamente a sus brazos maravillada de su buen corazón y
generosidad? ¿acaso no se aprovechaba él de su ignorancia, de su pobreza, de su
miseria, para sentirse el héroe, el aguerrido salvador? No, él no es ningún
héroe digno de admirar, se aprovechaba de ella y no al revés.
Así que cuando escucho
hablar a tantas personas sobre esas inmigrantes que nos vienen a robar los
hombres, a engañarlos, engatusarlos, desplumarlos,…, no siento ninguna
conmiseración por ellos, lo siento, porque en realidad no son sino otros
hombres más abusando de su superioridad económica, social, cultural,…, otros
hombres más abusando de la miseria y la podredumbre en la que viven tantas
mujeres y especialmente ellas, las olvidadas, las sin papeles, las
racializadas, las que no existen, las inmigrantes. Incluso aunque ellos pudieran
ofrecer sus sentimientos de manera espontánea y sin reservas no dejan de estar
aprovechándose de la situación de ellas, así que no, lo siento, ellos no me dan
ninguna pena. Son abusadores de pequeña escala, de andar por casa, de los que
encontramos por la calle cada día, pobres sugar daddies de pacotilla usando sus
privilegios para sentirse Richard Gere en una película que no les gusta a nadie
más que a ellos.
Patri Arcadas