miércoles, 11 de diciembre de 2019

El mito de las inmigrantes robahombres



Está mi amiga, que me cuenta que su hermana se ha divorciado porque una “venezolana calentorra” le ha robado el marido, está mi compañera de trabajo, que me cuenta que a su padre lo ha desplumado una “rumana espabilada” que se lo cameló, se casó con él y ahora se ha gastado todos sus ahorros, está mi vecina, que me cuenta que su amigo se va cada año a Kenia a hacer voluntariado y se quedó prendado de “una negrita” que le ha sacado todo y ahora no quiere saber nada de él. Todas esas mujeres despotrican contra otras en las que no se reconocen porque son de otra nacionalidad, otra raza, otra cultura, guardan su compasión y su empatía para ellos, los hombres, los grandes beneficiados de la historia, de nuestras simpatías y de nuestra solidaridad.

Yo pienso en qué haría si me viera en un país desconocido, sin trabajo, sin techo, sin papeles, sin un plato que llevarme a la boca, sin futuro. ¿Acaso no haría lo que fuera por sobrevivir? ¿Acaso no me agarraría a lo que fuera, incluso a un hombre que me ofrece su condescendencia, con tal de cubrir mis necesidades básicas? Sería muy fácil decir que no porque no me he visto en esas circunstancias, tan fácil como suponer que nuestras normas morales, nuestra ética, nuestro sentido de la dignidad se impondrían a la inseguridad y a la carencia de todo lo esencial. Moralmente es fácil decir que conquistar a un hombre casado con la finalidad de que abandone su mujer y te mantenga a ti, está mal, conquistar a un señor entrado en años para casarse con él y aprovechar para desplumarlo, está mal, dejarse querer por un hombre que dice haberse enamorado de ti y exprimirle hasta la última moneda, está mal. Pero a veces la moral choca con la vida y la realidad de estas mujeres se resumen en hambre, frío, carencias, necesidades e inseguridad totales.

Recuerdo “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir donde decía que si las mujeres éramos miserables, interesadas y mezquinas no era porque formara parte de nuestra naturaleza, sino porque la sociedad estaba configurada para que fuéramos así, no nos dejaban otra opción. Así que volviendo al caso anterior ¿qué opciones tenían esas mujeres aparte de conquistar a esos hombres y seducirlos para aprovecharse de su superioridad económica?

No obstante todo lo anterior, lo que más me fascina de estas historias no es la incapacidad de las mujeres que me rodean de sentir empatía por esas otras, las malas, las inmigrantes aprovechadas, las que vienen a robarnos los hombres, lo que me maravilla es la ceguera ante el hecho de que esos hombres por lo que sienten tanta compasión, esos pobres hombres engañados, enamorados, traicionados, estafados, en realidad son unos abusadores. Sí, lo son. ¿Acaso el marido casado olvidó el vínculo que le unía a su esposa? ¿acaso la “venezolana calentorra” tiene el superpoder de la dominación mental para conseguir que dejara de amar a su pareja y se fuera con ella? No, fue él quien decidió traicionar su relación, pero la culpamos a ella, la inmigrante robahombres. ¿Acaso el viejecito enternecedor creía realmente que esa “rumana espabilada” con veinte años menos se estaba enamorado de él? ¿acaso no se aprovechó en realidad de su necesidad para someterla a su fantasía romántica, a su dominación económica, para hacer de ella su fetiche y seguir creyéndose un Don Juan todavía vigoroso y atractivo? No, ella no se enamoró de un señor que podría ser su padre, ni de su inteligencia ni de su verborrea ni de su apostura, ella simplemente necesitaba sobrevivir y aprovechó la ocasión a costa de ser sometida a una fantasía masculina. ¿Acaso pensaba el generoso voluntario que aquella “negrita” se echaba espontáneamente a sus brazos maravillada de su buen corazón y generosidad? ¿acaso no se aprovechaba él de su ignorancia, de su pobreza, de su miseria, para sentirse el héroe, el aguerrido salvador? No, él no es ningún héroe digno de admirar, se aprovechaba de ella y no al revés.

Así que cuando escucho hablar a tantas personas sobre esas inmigrantes que nos vienen a robar los hombres, a engañarlos, engatusarlos, desplumarlos,…, no siento ninguna conmiseración por ellos, lo siento, porque en realidad no son sino otros hombres más abusando de su superioridad económica, social, cultural,…, otros hombres más abusando de la miseria y la podredumbre en la que viven tantas mujeres y especialmente ellas, las olvidadas, las sin papeles, las racializadas, las que no existen, las inmigrantes. Incluso aunque ellos pudieran ofrecer sus sentimientos de manera espontánea y sin reservas no dejan de estar aprovechándose de la situación de ellas, así que no, lo siento, ellos no me dan ninguna pena. Son abusadores de pequeña escala, de andar por casa, de los que encontramos por la calle cada día, pobres sugar daddies de pacotilla usando sus privilegios para sentirse Richard Gere en una película que no les gusta a nadie más que a ellos.


Patri Arcadas