Mi hermana vive en Bilbao. Se
marchó allí cuando se casó porque mi cuñado es vasco y tiene su trabajo en esta
ciudad. Él podría haber pedido el traslado, podría haber buscado trabajo donde
ella vivía, podría haber hecho muchas cosas que no hizo. Quien sí lo hizo fue
mi hermana: cogió sus maletas, pidió el finiquito en la tienda donde trabajaba
y dijo adiós a la familia. Ella es feminista pero su forma de actuar no lo fue.
Hizo lo que tantas otras hicieron (hicimos) antes: sacrificar nuestras vidas
por nuestras parejas, adaptarnos a sus objetivos, necesidades o aspiraciones,
aparcar nuestros sueños a la espera de nuestro momento que es,
indefectiblemente, cuando ellos consiguen lo que desean. Y lo hacemos
convencidas, con gusto, alegremente. La mayor perversión que el patriarcado
comete sobre las mujeres es el de hacerles creer que están a gusto donde están,
que son lo que son por convicción propia, vendiendo el sueño de la libre
elección. Que esta libertad coincida con los deseos del patriarcado es sólo pura
casualidad, ¿verdad?
Volviendo a mi hermana. El otro
día me comentaba que había acudido con su suegra a unos talleres sobre
violencia de género que impartía el Instituto de la Mujer Vasco con motivo del
25 de Noviembre. Tras las exposiciones una de las monitoras preguntó a las
asistentes qué harían si una persona de su familia estuviera en esta situación.
Sin excepción todas se situaron al lado de la víctima aconsejando que
denunciara, que dejara al maltratador… Imagino a la monitora mirándolas
expectante, aguardando el momento del apoteosis: “eso está muy bien, pero todas
habéis dado por sentado que hablo de la víctima, ¿qué pasa si el maltratador es
vuestro hijo, vuestro hermano, vuestro amigo, vuestro primo? ¿Qué hacéis
entonces?” Mi hermana me contó que algunas mujeres mantuvieron su postura de
rechazo, la mayoría simplemente calló. Un par de ellas murmuró por lo bajo
“es diferente”. ¿Lo es? Objetivamente no: violencia de género es violencia de
género independientemente de lo buen muchacho que nos pueda parecer el
maltratador, de lo trabajador que sea, de lo mucho que ayudaba en casa, de que
no era violento, de que era muy educado, muy buen hijo,… Subjetivamente es
diferente: no estamos preparadas para asumir que los hombres a los que queremos
(maridos, padres, hermanos, hijos, nietos) puedan ser unos maltratadores. Es
aquí donde los excusamos, donde negamos la realidad, donde no asumimos que
vivimos en una sociedad misógina que conforma la educación de esos hombres
amados que, cuando nos miran bajo la luz de una relación desigual en la que
faltan buenas dosis de empatía, cariño o respeto, se convierten en depredadores
cuyo único objetivo es cazar y matar física, psicológica o sexualmente. Y esto
no es sino producto de la educación sexista que recibimos, nosotras las
primeras.
Como feminista convencida lo
primero que debo asumir es que he sido educada para ser machista y que probablemente
lo voy a ser inconscientemente en muchas ocasiones hasta el día en que me
muera. La fortaleza de mi feminismo militante consistirá en cuántos prejuicios
sexistas soy capaz de derribar dentro de mí misma, cuántas concesiones podré
evitar realizar para no vivir de espaldas al mundo, cuántas murallas habré sido
capaz de arañar en mi convicción de no plegarme a este sistema genocida que nos
asesina y cuánta sororidad, compañerismo y empatía seré capaz de prodigar a mis
hermanas. Porque el feminismo no es mi lucha personal de la que salgo ganadora
como individuo, es la de todas, es una lucha social en la que todas las mujeres
salimos ganando. Si no es así no es feminismo, no mi feminismo. Y no merece la
pena.
Sólo así podremos superar a
madres defendiendo a sus hijos maltratadores, a novias defendiendo a sus
parejas acusadas e incluso condenadas por violación, a abuelas, tías, amigas,
vecinas, poniendo en duda la palabra de tantas mujeres que se atrevieron a
acusarles de maltratadores, abusadores, violadores, acosadores,…, porque no es
gratis, porque no mienten, porque no acusan en falso, porque no y no y no.
He sido educada para ser
machista, he optado por ser feminista. Mis incongruencias no me definen, mis
incoherencias no me desautorizan, mi lucha interna no me incapacita. Soy lo que
he elegido ser: una feminista, mejor persona.
Patri Arcadas