Esta mañana he tenido que ir al
pueblo de mi madre para hacer unas gestiones en el ayuntamiento. He aparcado el
coche a dos calles y me he desplazado andando hasta el viejo edificio. Por el
camino me he encontrado a un señor mayor (rondaría los setenta y cinco) sentado
en el escalón de entrada de una de las casas que se encontraban de camino.
Conforme me acercaba, él me observaba atentamente y yo, ingenua de mí, buscaba
en mi memoria la posibilidad de conocerlo de los veranos que pasábamos mis
hermanas y yo en el pueblo. Cuando estaba a apenas dos pasos ha empezado a
hacer ruidos extraños. He intentado no prestarle atención pero finalmente no he
podido sino reconocer que esos ruidos estaban dirigidos a mí: ruidos de pastor
arreando ovejas, de chisteo, de gemido gutural. Me estaba tratando como un
animal de ganado, ya sabéis el chiste: “ya que no puedo montarla, la arreo”. He
pasado de largo tratando de no sentirme intimidada y no, no me sentía
intimidada. Lo reconozco, lo primero que he pensado es que el viejo no tenía ni
dos hostias (ventajas de ser una mujer grande). Lo que me he sentido es
insultada, vejada y llena de ira e impotencia. He llegado al ayuntamiento, he
realizado mis gestiones y he vuelto al coche. En el mismo lugar permanecía el
“señor” aspirante a pastor ovejero. Volvía a mirarme y yo he pensado “no se
atreverá”. ¿Adivináis? Sí, se ha atrevido. En cuanto ha abierto sus labios y el
primer chiflido ha salido de su boca me he parado en seco, lo he mirado desde
mi altura (recordad que estaba sentado en el escalón de una casa) y le he
soltado con el peor tono que tenía “¿qué pasa?”. Se ve que el señor no estaba
muy acostumbrado a que nadie y menos una mujer, cuestionase su actuar machuno,
así que os puedo jurar que se le han descompuesto las arrugas de la cara. “No,
nada” me dice muy bajito y yo, que tengo un humor últimamente que no me aguanto
ni los chistes que me sé, le he soltado muy agresivamente “usted se dirige a mí
con educación y respeto”. Lo sé, chicas, el “usted” le venía grande pero me sentía
magnánima ante el macho ibérico decadente. No he esperado que me dijera nada
aunque me ha parecido escuchar un adiós bajito y casi temeroso. Sí que estoy
segura de haber oído a una vecina reírse y a otras dos, de edad semejante al
señor, comentar que qué poca vergüenza, hablar así a un hombre mayor.
Vergüenza, educación, saber
estar,…, en resumen: calladita estás más guapa. A las mujeres nos educan para
ser buenas, tener pudor, no dar la nota, no destacar. Lo llaman educación, yo
lo llamo sumisión. Porque mientras callamos porque así somos más guapas y
mejores y más dignas, ellos te insultan, te vejan, te humillan, te ningunean,…,
y nosotras callamos porque no nos han enseñado otra cosa. Y es difícil
desaprender, yo lo sé, otro día en que mi ánimo hubiera sido más tranquilo o
más triste o más apático, habría pasado por alto ese comportamiento y me
hubiera encogido de hombros pensando que era mejor reservar mis energías para
otra batalla más importante que la de corregir a un viejo verde. Y hubiera
reaccionado así porque soy educada, porque sé estar, porque es un señor mayor y
a los señores mayores se les respeta. Son esas lecciones perversas de la educación
las que nos llevan a callar cuando alguien nos mete mano en el autobús, cuando
nos sentimos incómodas en una cita, cuando nos desagrada cómo nos mira el
compañero de trabajo, cuando sentimos tensión al quedarnos a solas con el jefe
en su despacho,…, y callamos porque ¿cómo vamos a consentir que alguien nos
acuse de ser unas maleducadas? Lo reconozco, la jugada le sale redonda al
patriarcado.
Es curioso que a ellos nadie les
pida buena educación, que si nos chistean, acosan, insultan, vejan, gastan
bromas a costa de nuestro miedo o nuestra incomodidad nadie les acuse de
groseros y maleducados y si alguien se atreve a pronunciar unas palabras, ya
sabéis, que “no aguantáis ná”. Pues no, señores, no aguantamos, no tenemos por
qué. Y yo, como mujer educada en una sociedad machista, tengo que desaprender
mis buenos modales y aprender a defender mis derechos y si a ti, hombre, eso te
incomoda, te molesta, te preocupa porque los buenos modales se están perdiendo,
QUE TE JODAN.
Patri Arcadas
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