jueves, 20 de diciembre de 2018

Nosotras, las machistas




Mi hermana vive en Bilbao. Se marchó allí cuando se casó porque mi cuñado es vasco y tiene su trabajo en esta ciudad. Él podría haber pedido el traslado, podría haber buscado trabajo donde ella vivía, podría haber hecho muchas cosas que no hizo. Quien sí lo hizo fue mi hermana: cogió sus maletas, pidió el finiquito en la tienda donde trabajaba y dijo adiós a la familia. Ella es feminista pero su forma de actuar no lo fue. Hizo lo que tantas otras hicieron (hicimos) antes: sacrificar nuestras vidas por nuestras parejas, adaptarnos a sus objetivos, necesidades o aspiraciones, aparcar nuestros sueños a la espera de nuestro momento que es, indefectiblemente, cuando ellos consiguen lo que desean. Y lo hacemos convencidas, con gusto, alegremente. La mayor perversión que el patriarcado comete sobre las mujeres es el de hacerles creer que están a gusto donde están, que son lo que son por convicción propia, vendiendo el sueño de la libre elección. Que esta libertad coincida con los deseos del patriarcado es sólo pura casualidad, ¿verdad?

Volviendo a mi hermana. El otro día me comentaba que había acudido con su suegra a unos talleres sobre violencia de género que impartía el Instituto de la Mujer Vasco con motivo del 25 de Noviembre. Tras las exposiciones una de las monitoras preguntó a las asistentes qué harían si una persona de su familia estuviera en esta situación. Sin excepción todas se situaron al lado de la víctima aconsejando que denunciara, que dejara al maltratador… Imagino a la monitora mirándolas expectante, aguardando el momento del apoteosis: “eso está muy bien, pero todas habéis dado por sentado que hablo de la víctima, ¿qué pasa si el maltratador es vuestro hijo, vuestro hermano, vuestro amigo, vuestro primo? ¿Qué hacéis entonces?” Mi hermana me contó que algunas mujeres mantuvieron su postura de rechazo, la mayoría simplemente calló. Un par de ellas murmuró por lo bajo “es diferente”. ¿Lo es? Objetivamente no: violencia de género es violencia de género independientemente de lo buen muchacho que nos pueda parecer el maltratador, de lo trabajador que sea, de lo mucho que ayudaba en casa, de que no era violento, de que era muy educado, muy buen hijo,… Subjetivamente es diferente: no estamos preparadas para asumir que los hombres a los que queremos (maridos, padres, hermanos, hijos, nietos) puedan ser unos maltratadores. Es aquí donde los excusamos, donde negamos la realidad, donde no asumimos que vivimos en una sociedad misógina que conforma la educación de esos hombres amados que, cuando nos miran bajo la luz de una relación desigual en la que faltan buenas dosis de empatía, cariño o respeto, se convierten en depredadores cuyo único objetivo es cazar y matar física, psicológica o sexualmente. Y esto no es sino producto de la educación sexista que recibimos, nosotras las primeras.

Como feminista convencida lo primero que debo asumir es que he sido educada para ser machista y que probablemente lo voy a ser inconscientemente en muchas ocasiones hasta el día en que me muera. La fortaleza de mi feminismo militante consistirá en cuántos prejuicios sexistas soy capaz de derribar dentro de mí misma, cuántas concesiones podré evitar realizar para no vivir de espaldas al mundo, cuántas murallas habré sido capaz de arañar en mi convicción de no plegarme a este sistema genocida que nos asesina y cuánta sororidad, compañerismo y empatía seré capaz de prodigar a mis hermanas. Porque el feminismo no es mi lucha personal de la que salgo ganadora como individuo, es la de todas, es una lucha social en la que todas las mujeres salimos ganando. Si no es así no es feminismo, no mi feminismo. Y no merece la pena.

Sólo así podremos superar a madres defendiendo a sus hijos maltratadores, a novias defendiendo a sus parejas acusadas e incluso condenadas por violación, a abuelas, tías, amigas, vecinas, poniendo en duda la palabra de tantas mujeres que se atrevieron a acusarles de maltratadores, abusadores, violadores, acosadores,…, porque no es gratis, porque no mienten, porque no acusan en falso, porque no y no y no.

He sido educada para ser machista, he optado por ser feminista. Mis incongruencias no me definen, mis incoherencias no me desautorizan, mi lucha interna no me incapacita. Soy lo que he elegido ser: una feminista, mejor persona.



Patri Arcadas

5 comentarios:

  1. Enhorabuena Patri. Tu escrito nos sacude a muchas que nos hemos comportado como tu hermana y que hemos sido machistas por generación y educación. Mi feminismo busca incluir a los hombres y enseñarles a no ser agresores ni machunos y a no sentirse con poder sobre ellas solo para reafirmar su masculinidad. Y también va dirigido a esas madres, hermanas, mujeres y novias de un maltratador que tienen miedo de reconocer lo que son porque siguen sometidas al patriarcado y no ven que las cosas puedan cambiar. Un saludo.

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    1. muy Rakel Barle, asi es; la mejor de todas las disciplinas es la etica en la conducta, sin ella las leyes no son profunda hasta convertirse en justicia.

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    2. Gracias amigas, vuestros comentarios me hacen seguir aunque es verdad que reflexionar sobre cosas que hacemos a veces es sangrante, tienes que abrirte en dos y juzgar lo que haces, a veces sin demasiada piedad. Pero sólo así crecemos, dejamos de ser mujeres cómplices. Gracias por estar.

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  2. Muy buena reflexión, la mayoría de nosotras aún siendo sensibles al tema, no siempre intentamos poner cada cosa en su lugar. Transigimos muchas veces incluso ante repetitivos micromachismos subliminales y solo nos revolvemos ante injusticias graves. Pues incluso en algún caso, me ha parado una mujer diciendo que "eso ya era pasarse", cuando al cabo de cada día, de todos los años que tengo, se han pasado ellos y ellas hasta la saciedad. La presión ejercida durante siglos por el patriarcado no es fácil de remodelar, la solución es el paso del tiempo y el coexistir durante generaciones cortando "fanfarronéos" (burlas, chistes y otros comentarios que tienen mucha importancia) de raíz, y educando en igualdad

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    1. Totalmente de acuerdo, es muy difícil cambiar porque no hablamos de los grandes gestos tan sólo, sino también de lo más pequeño, lo aparentemente más intrascendente pero que nosotras, víctimas de patriarcado, sabemos que tiene mucha importancia.

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