Ana es la vecina del quinto.
Tiene setenta y seis años y es grosera, impertinente y cotilla. Llama puta a
cualquier jovencita con minifalda, vota a la derecha “porque son unos señores
de los de antes”, cuando se le presenta la ocasión engaña a la dependienta del
supermercado que tiene un leve retraso. Es odiosa. Se ha separado de su marido
porque ya no aguantaba sus malos tratos. Yo la creo.
Isabel es la compañera de
trabajo. Es envidiosa, malhumorada y poco solidaria. Siempre que puede, se
escaquea de poner su parte en el bote para el café de media mañana, enfrenta a
los compañeros entre sí y carga a los demás con su trabajo a medias. Ha
denunciado a su marido por violencia de género. Yo la creo.
Tamara es la drogadicta del
instituto. Se mete de todo, se emborracha, es mal hablada, es promiscua. Les
roba a sus padres, insulta a los profesores y se pega con los compañeros. Es
interesada, mezquina y egoísta. Dice que un amigo de su pandilla ha abusado de
ella. Yo la creo.
Inés es la mojigata del grupo. Da
clase de catequesis, viste como su abuela, es retraída, aburrida y
condescendiente. Trata a los chicos pobres de su clase como si estuvieran
apestados, califica de mujerzuela a cualquier chica de su edad que llegue a
casa más tarde de las once y se niega a salir en grupo con nadie que no vista
de marca. Ha denunciado a su novio de siempre por violación. Yo la creo.
Susana es la hija de la jefa. Es
una adolescente consentida, coqueta e inconsciente. Flirtea con los empleados
de su madre, miente sobre los demás sólo por placer, roba pequeñas cantidades
de la cartera de su padre. Ha denunciado que en el autobús un señor mayor le ha
metido la mano en las bragas. Yo la creo.
Pilar es la cuñada de una amiga.
Es policía nacional y vive encabronada todo el tiempo. Es borde, arisca y ruin.
Trata a su pareja con despotismo y a sus amigos con una superioridad
condescendiente. Cada año se queda más sola. Está de baja porque su jefe la
acosa en el trabajo. Yo la creo.
No, todas las mujeres violadas,
maltratadas, acosadas y abusadas no son malas ni mezquinas ni envidiosas. A mí
no me importan que lo sean y a nadie debería importarle porque no es legítimo
pedir un certificado de bondad o buen comportamiento para ser víctimas. Las
mujeres malas también son víctimas, las mujeres mezquinas también son víctimas,
las mujeres a las que no admiramos, ni queremos, ni nos caen bien, ni nos
gustan, también son víctimas. Tampoco han sido víctimas del machismo como
consecuencia de su personalidad, mal hacer o maldad. Son víctimas, simplemente,
por ser mujeres, ese es su gran delito.
Por eso, hermana, tal vez yo no
te aprecie, no me gustes, no te quiera, tal vez rechace de plano tus ideales,
tus creencias, tus principios y hasta tu estilo de vida, pero ante todo y sobre
todo eres mujer, eres víctima en potencia, quizá ya de hecho, y sólo por eso te
mereces que te crea, mereces que te apoye, mereces mi solidaridad. Hermana, yo
sí te creo.
Patri Arcadas
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