Despertar en mitad de la noche con una
llamada de tu hermana. “Papá ha muerto” dice.
Sentarse a las tres de la
madrugada en el balcón de tu piso sin saber qué hacer: ¿lloro? ¿río? ¿me
entristezco ¿me alegro? ¿voy al velatorio? ¿me quedo en casa?
Que tu pareja se
acerque y le cuentes lo que pasa, que te pregunte “¿qué vas hacer?” y no tener
ni puta idea.
Sentir que los recuerdos caen como pesadas
losas en un pozo profundísimo que tienes en tu alma,
uno que tapaste hace
muchos años con un grueso trozo de madera imaginaria para no asomarse al fondo,
para no sentir la tentación de acercarse y mirar,
para evitar que el abismo te
llame y tú, ansiosa, triste, deseosa de un olvido que no llega,
te inclines y
resbales.
Preguntarte si eres una mala persona por
decidir no ir al entierro,
por no querer abrir una herida que por muchos años
que pasen siempre estará tierna,
siempre sensible,
siempre a un suspiro de
abrirse.
Preguntarte si lo haces por ira, por rencor.
Y no, no es rencor ni
ira, es pura fragilidad:
mi corazón no resiste ni un solo recuerdo más de mi
padre,
ni siquiera el de su tumba,
especialmente ese porque significa que
cualquier esperanza se acabó.
Ya lo sabía ¿a quién querría engañar?
Pero mientras
él respiraba en algún lugar de este planeta cabía el sueño imposible de un
arrepentimiento.
Cabía soñar despierta con su abrazo pidiéndome, pidiéndonos, perdón;
fabular con la felicidad que nos escatimaba,
con una aprobación que nos robaba,
con unos abrazos que sabían a amenazas,
con esa seguridad que dan las fotos de
las familias de otros.
Decidir olvidarlo para siempre,
decidir no
llamar a su viuda,
decidir no preguntar a amigos ni a los familiares con quien aún
se relacionaba,
decidir no ver su tumba ni lo que hay escrito en su lápida
y
decidir todo esto preguntándote si haces bien,
si no te arrepentirás,
si eres
una mala persona por no dar tu último adiós a ese padre maltratador
y
finalmente comprender que hagas lo que hagas vas a sentirte mal,
que no hay
decisiones buenas ni malas porque ya ha terminado todo,
este es el final
definitivo.
Comprender que realmente nunca lo echaste
de menos,
que no lo añorarás,
que no hay nada a lo que hayas renunciado desde
que se fue
y que lo único por lo que llorarás será
por el padre que nunca llegó
a ser.
Patri Arcadas
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